Edward Cullen fue, es y será mi todo; mi amor, mi vida, mi existencia. Bien dicen que nada es perfecto, lo nuestro era demasiado perfecto para ser real. El amor que él me profesaba, que juraba tenerme no era más que una mentira, una irónica mentira que yo me llegué a creer, ilusa, esa soy yo.
He vivido en Forks desde hace aproximadamente dos años, cuando decidí mudarme acá con Charlie, mi padre, ya que mamá se volvió a casar, y no es que no me llevara bien con su nuevo esposo, Phil es un gran hombre, pero me di cuenta que al final de todo, como pareja y más recién casados, necesitan algo de privacidad y tranquilidad.
Extrañaba Phoenix, ese ha sido siempre mi lugar; extrañaba el sol, el calor y sobretodo a mi atolondrada madre, pero ya había tomado mi decisión, una decisión que no sabía que cambiaría mi vida de una forma tan radical.
Siempre me consideré una persona seria, responsable, poco social y sobre todo testaruda, así era yo, nada me perturbaba demasiado, mi vida era la de una chica normal y corriente que había llegado sin muchas expectativas al frío y lluvioso pueblo de Forks a mediados de marzo.
Papá me recibió con la mayor de las alegrías, aunque él es de las personas que no saben expresas sus sentimientos, yo sabía que le hacía feliz tenerme de vuelta. Yo también estaba feliz por estar con él, con Charlie era fácil vivir, en muchos sentidos éramos iguales, reservados y poco demostrativos de los sentimientos, pero al final sabíamos que había bastante cariño entre ambos.
Mi padre me regaló una vieja pick-up, que a pesar de los años de existencia se encontraba en muy buenas condiciones. Contrario a lo que todos pensaban desde un primer momento sentí un gran amor por ese vehículo, era muy parecido a mi, aparentaba ser vulnerable y débil, pero era todo lo contrario, y muchas veces eso asombraba a los demás, como bien dicen, las apariencias engañan.
El primer día en Forks comenzó sin mucha emoción, la claridad se asomaba por mi ventana, cuando logré abrir los ojos, cosa que me costó ya que en la noche no pude dormir demasiado que digamos, miré por la ventana y suspiré de frustración, definitivamente ya me había despedido del sol, todo estaba nublado, oscuro y frío.
“Magnífico” pensé sarcásticamente.
Me levanté con todo y la pesadez que sentía, tomé mi neceser y fui a darme una ducha, gracias al cielo había agua caliente. Abrí el grifo y deje correr el agua mientras me miraba al espejo, las pocas horas aquí ya estaban tomando ventaja y me veía más pálida de lo normal y ojerosa. Sin pensar más de la cuenta me metí debajo del agua, dejando que se relajaran mis músculos con el calor que de ella emanaba. Cuando el agua comenzó a enfriarse, suspiré frustrada, cerré la llave y me envolví en una toalla. Fui a mi cuarto y me vestí con unos vaqueros, una camisa azul y me coloqué mi gruesa chaqueta gris, me calcé mis converse negros y tomé mi bolso.
Al bajar me di cuenta que papá no estaba. Fui a la cocina y tomé un poco de cereal con leche, mastiqué despacio, aún era temprano y no era muy interesante estar tan temprano en el Instituto. Sin poder retrasar más mi salida, tomé el impermeable y las llaves de mi camioneta. Salí caminando cuidadosamente, para no caerme, porque con mi suerte, eso no sería nada de extrañarse.
Llegué a Forks High School, y me dirigí a la secretaría, una mujer de rostro amable y bajita me atendió
- Buenos Días, soy Isabella Swan – dije tímidamente, la señora me sonrió
- Claro, Isabella, te estabamos esperando – buscó entre unos papeles y volvió a sonreírme – Aquí está cariño, tu horario, un mapa de la escuela y la ficha de asistencia que tienen que firmar tus profesores, antes de irte pasas por aquí y me la devuelves, por favor – asentí y me despedí con un breve “Gracias”
Aparqué mi vehículo en uno de los lugares disponibles. Me alegré que mi preciado monovolumen no distorsionara mucho entre los autos de allí, a diferencia de la escuela de Phoenix, aquí no abundaban los carros costosos y llamativos, salvo por un flamante Volvo plateado que destacaba sobre los demás.
El primer día estaba transcurriendo normalmente, las clases estaban resultando bastante monótonas ya que la mayoría de las cosas que estaban estudiando allí ya lo había visto en mi anterior escuela. La mayoría de los profesores, gracias a Dios, me fueron aceptando sin ninguna complicación ni alarde, cosa que les agradecía en el fondo de mi corazón ya que yo odiaba ser el centro de atracción; sin embargo, otros pocos me obligaron a presentarme delante de la clase.
A la hora del almuerzo me senté con un grupo de chicas, de las cuales, una había compartido conmigo la mayoría de las clases, pero, a pesar de eso aún no recordaba su nombre. Era una chica un poco más baja que yo, delgada, de cabello castaño y ojos azules, bastante parlanchina y con la voz chillona.
- Bueno Bella – comenzó la chica –, te presento a las chicas, ella es Lauren – dijo señalando a una chica delgada, de cabello rubio casi blanco y ojos azules, la cual me miró sin mucho interés y solo se limito a decirme un frío “Hola” – y ella es Ángela – señaló a la otra chica también delgada, con lentes y de cabello marrón oscuro, quien me saludó con una sonrisa sincera – y claro, falta que conozcas a los chicos – soltó una risita –. Mike, es adorable – se sonrojó ante ese comentario
- Bienvenida Bella – dijo Ángela –, cualquier cosa, no dudes en pedirme ayuda
- Gracias – respondí y comencé a comer mi manzana, mientras ellas hablaban de temas banales.
En ese momento cuatro personas estaban entrando en la cafetería, bueno, más bien cuatro ángeles. Eran dos hombres y dos mujeres, aparentemente relacionados entre sí ya que venían entrando tomados de las manos. Había una chica rubia, con cuerpo escultural, cabello largo hasta la cintura y unos extraños ojos dorados que iba tomada del brazo de un chico alto, musculoso, cabello negro, sonrisa pícara y ojos igualmente dorados; también estaba otra chica muy diferente a ella, sin ser menos hermosa, era bastante bajita, de rasgos finos, cabello negro corto con puntas desordenadas quien iba tomada de la mano de un chico igualmente hermoso, de cabello color miel, alto, serio y menos musculoso que el anterior.
Era tanta su belleza que casi no podía quitar mis ojos de ellos si no es porque el sonido de la puerta al abrirse nuevamente haciendo entrar al más perfecto ser que he visto y que veré durante toda mi vida. Parecía un ángel de cabellos cobrizos, ojos dorados, tez sumamente pálida y hermosos ojos dorados, era de una belleza casi sobrenatural. Caminó elegantemente y cuando pasó por nuestra mesa sonrió y en ese momento me pareció la sonrisa torcida más espectacular que había visto en mis cortos 17 años de vida.
- Son los Cullen – me dijo al oído Jessica, la chica con que compartía las clases -. Son hermosos, pero sumamente exigentes, creo que nadie le parece suficiente para ellos en este colegio – dijo algo contrariada.
- Son... ¿Hermanos? – pregunté apartando un momento la vista de ellos.
- Algo así – contestó Ángela –, son los hijos adoptivos del Dr. Cullen y su esposa.
- Si – dijo Jessica –, pero andan juntos, es decir juntos “juntos”, es algo extraño y no muy buen visto aquí.
- Pero a la gente le gusta hablar mucho – contestó Ángela un tanto molesta –, al fin y al cabo no son familia de verdad, además, deberían de estar agradecidos que el Dr., Cullen haya complacido a su esposa en mudarse a este pueblo, siendo un Dr. tan reconocido como lo es.
- ¿Tienen mucho tiempo acá?
- No, se mudaron hace como dos años – dijo Jessica –. Vivían en Alaska.
Volteé mis ojos nuevamente hacia su mesa, estaban todos callados, jugando con las migas de su comida. El chico de cabellos cobrizos miró hacia mi dirección y tenía una mueca de frustración en su cara, no sabía por qué, pero por un momento me sentí culpable de dicho sentimiento.
- La rubia se llama Rosalie y está con el chico alto y musculoso que se llama Emmett – Jessica me sacó de mis pensamientos –. La otra chica es Alice, es medio rarita y sale con el chico que parece estar sufriendo todo el tiempo, se llama Jasper.
- ¿Y el que está solo? – pregunté descaradamente, en seguida sentí mis mejillas calientes, por lo cual supuse que me había sonrojado.
Jessica soltó una risita.
- El es Edward Cullen – el chico volteó como si hubiesen gritado su nombre, frunció el ceño y volvió su mirada hacia la mesa –. Es guapísimo pero, como te dije no pierdas tiempo con el, parece que nadie está a su altura.
Ese fue el primer día que vi a Edward Cullen, y no sabía que después de ese día mi vida cambiar por completo.
Ese mismo día tuve la clase de Biología con el, y allí supe que el me odiaba irremediablemente.
Llegué al laboratorio de Biología luego del almuerzo. Cuando entré el profesor ya se encontraba en su escritorio, me acerqué y le entregué la ficha para que la firmara, lo hizo y me la devolvió y me dio mis libros y me señaló el único puesto que estaba libre. Cuando mis ojos miraron a mi compañero mi corazón dio un vuelco, allí estaba sentado Edward Cullen, tan perfecto como antes.
Caminé lentamente para vitar tropezar con el aire y caer, haciendo el ridículo delante toda la clase. Me senté y en ese momento una ráfaga de aire despeinó mi cabello, acto seguido sentí que Edward se tensó a mi lado y me miraba como si algo oliera mal en mi, su cara era de agonía y asombro, cosa que me confundió, disimuladamente olí mi cabello, el cual olía a mi champú favorito de fresas.
El resto de la clase transcurrió de igual manera. Edward sentado lo más alejado posible de mi, con los puños tensos sobre sus rodillas y parecía que no respiraba. Cuando sonó el timbre, se paró rápidamente y con toda la elegancia que poseía salió por la puerta, dejándome intrigada y molesta con su actitud, yo estaba segura que nada le había dicho, sin embargo presentía que ya me había ganado mi primer enemigo.
Suspiré, tomé mis cosas y salí del salón.
Después de ese día, Edward Cullen no volvió más a la escuela y a pesar de que estaba dispuesta a enfrentarlo y pedirle una explicación de su actitud tan hostil para conmigo, no podía dejar de sentirme culpable de que haya sido yo la causante de su deserción.
Al poco tiempo ya conocía a muchos de mis compañeros de clases. Conocí a Mike Newton gracias a mi torpeza en la clase de deportes cuando le di un pelotazo en la cabeza sin querer.
Mike era un chico lindo y agradable, tenía el cabello rubio y los ojos azules, era muy atento y me trataba de una forma que tenía la ligera impresión que molestaba a Jessica.
Taylor, por otro lado, era el típico chico bromista y que siempre andaba sonriente, era moreno, cabello negro y ojos oscuros.
También estaba Eric, el cual desde un principio me pareció al chico un poco nerd que dirige el club de ajedrez, pero en el fondo era un chico agradable y muy inteligente.
Me sentía extrañamente incomoda, ya que tenía mucha atención por parte de los chicos, cosa que me desagradaba y más aun sabiendo que eso molestaba a Jessica y a Lauren, que, aunque no las consideraba del todo mis amigas, eran las personas con las que había establecido una relación o algo parecido.
Sin embargo, los días pasaron y un peso se me atoraba en la garganta. No había visto a Edward Cullen, no había sentido su hostilidad ni mirado en sus penetrantes y cautivadores ojos dorados, aunque cuando lo vi de cerca me pareció que estos se habían oscurecido. Lo extrañaba, aunque suene ilógico y poco razonable, lo extrañaba. Sus hermanos seguían viniendo a clases, pero él no y me frustraba no saber el por qué y el sentirme culpable de ello.
Los días pasaron iguales, sin variaciones y sin emoción. Todos los días me levantaba con un cielo nublado y un clima frío. Desayunaba y me iba a clases, y otra vez, él no estaba. Y yo me sentía cada día más culpable, pero eso no era lo que me inquietaba, sino que me sentía vacía y eso estaba mal.
Ese día me vestí con lo primero que encontré en el armario y me dirigí hacia el instituto manejando cuidadosamente, ya que al suelo lo cubría una ligera capa de hielo debido a que la noche anterior la temperatura había bajado más de lo normal y había caído una suave nevada. Como odiaba este clima.
Cuando bajé de la camioneta vi al otro extremo del estacionamiento el Volvo plateado de nuevo.
Caminé despacio hacia mi salón de clases y cuando entré sentí como si el corazón se me detuviera y luego comenzada a latir desbocadamente. Ahí estaba él de nuevo, sentado al lado de mi silla como si nada hubiera pasado, quería golpearlo, sin saber por qué me enfurecía que haya desaparecido de esa manera. Me senté sin dirigirle la palabra, sin mirarlo, aunque me estaba muriendo de ganas.
- Hola – dijo con una hermosa y aterciopelada voz -. Disculpa que el otro día no me presenté como era debido, soy Edward Cullen – dijo sonriendo –. Tu debes ser Bella, ¿cierto?
Me giré a verlo, mala decisión, me perdí en su mirada, la cual sentía que me traspasaba el alma por completo.
- ¿Cómo sabes mi nombre? – bravo Bella, excelente pregunta, me reproché internamente –. Digo, ¿cómo sabes que me llaman Bella? – ok, peor imposible.
El sonrió y yo tenía la sensación de que mi boca se había abierto ligeramente.
- Así te llaman, lo he escuchado, pero si quieres te digo Isabella – digo claramente confundido y en ese momento me obligué a recomponer mi cara.
- Bella está bien – dije sumamente sonrojada.
El soltó una risita.
El profesor nos puse a hacer un ejercicio con raíz de cebolla, en el cual teníamos que identificar cada una de las fases de la mitosis.
- Las damas primero – dijo mi compañero acercándome el microscopio.
Me arriesgué a verlo nuevamente.
Coloqué una de las láminas y miré por el lente del microscopio – Profase – dije y aparté el instrumento acercándolo mas a él.
- ¿Puedo comprobar? – asentí.
Elegantemente miró hacia la lámina.
- Profase – confirmó y sonriendo escribió en la ficha que el profesor nos había proporcionado con una elegante letra.
¿Es que todo él es perfecto?
Terminamos pronto con el ejercicio y yo no dejaba de sentirme observada por él. Puse mi cabello de lado, tratando de hacer una cortina entre los dos. El carraspeó y yo volteé. Me miró unos instantes y me sonrió. Definitivamente, ese chico tenía una mirada bastante hipnotizante.
- Así que – dijo rompiendo el silencio –, te gusta el frío – afirmó.
- La verdad no, no me gusta la lluvia, ni la nieve, ni lo frío, trato de mantenerme alejada de el lo más posible.
Él se rió - Entonces ¿Qué haces en el lugar más frío y húmedo de Estados Unidos?
- Mi madre se casó – el me miró confundido y decidí continuar –, y quise darle un poco de privacidad y tranquilidad y me vine a vivir un tiempo con mi padre.
- Entiendo – dijo mientras asentía.
- Tú te fuiste, ¿por qué? – no se de donde salio mi firmeza para preguntar eso, simplemente mi necesidad de una explicación podía más que yo.
- Asuntos familiares – me dijo algo secamente.
Yo asentí sintiéndome la persona más estúpida del planeta.
En ese momento el timbre de salida sonó y como antes el se levantó rápidamente y salió del salón, dejándome sola, vacía y confundida.
Después de esa conversación que todavía recuerdo perfectamente y que hace que me sienta peor, como hacen que me sienta cada uno de sus recuerdos, no volví a cruzar palabras con Edward. Él se limitaba lanzarme miradas que yo le respondía. Todavía sentía que yo provocaba en el cierto grado de frustración.
Y aquí me encontraba de nuevo, llorando, sintiendo el dolor en mi pecho, sintiendo que no valgo nada, añorando cada una de sus palabras, cada una de sus caricias, cada uno de sus besos.
Estoy rota por dentro y por fuera solo me cubre una mascara de relativa tranquilidad. Viviendo en un mundo a blanco y negro, sin sentir emociones, sin sentirme bien o mal, simplemente sobreviviendo cada día, vivo evitando acordarme de él o pensar en él, cosa que muchas veces me era imposible.
Doblé las piernas, llevando mis rodillas hacia mi pecho para luego rodearlas con mis brazos y una nueva ola de recuerdos vino a mi mente.
Estaba caminando hacia mi camioneta buscando mis llaves en el bolso, en el suelo había charcos de agua producto de la nieve derretida. Coloqué el bolso en el capot de mi carro y cuando alzo la vista él está recostado de su flamante Volvo observándome con detenimiento, mantengo su mirada por un momento perdiéndome de nuevo en ella, luego bajé la vista y justo cuando estaba abriendo la puerta siento un fuerte chillido y un frenazo que hace que volteé.
Abrí mis ojos desmesuradamente y mi pulso se aceleró cuando vi que una van azul venía a toda velocidad directo en mi dirección, cerré los ojos fuertemente esperando el golpe mortal.
Sentí que algo frío y duro me aplastaba contra el suelo y cuando abrí los ojos tenía frente a mi a la más celestial de las criaturas mirándome asustada, cuando desvié mi mirada hacia un lado vi que había detenido la camioneta con su mano y que donde estaba ésta había un gran abolladura, volví mis ojos hacia él que me observaba con preocupación. En ese instante empecé a escuchar varias voces que me llamaban y vi que varios alumnos venían corriendo en mi dirección. El me colocó suavemente contra el suelo y me susurró un ligero “No te muevas” y después me dejó allí para saltar por la cabina de mi camioneta y luego perderse. Los médicos fueron llegando y me trasladaron en una ambulancia, para mi vergüenza, al hospital.
Estaba acostada con los ojos cerrados y con un molesto collarín en mi cuello, Taylor, quien conducía la van que casi me atropella, estaba a mi lado y cada rato se disculpaba, por eso me estaba haciendo la dormida. Sentí que la puerta se abrió.
- ¿Está dormida? – preguntó una voz que conocía muy bien y sentí que la parte baja de mi cama se hundía con un peso.
- Supongo – contestó Taylor.
En ese momento abrí los ojos y noté que Edward me observaba desde la parte baja de mi cama con el ceño fruncido. Le mantuve la mirada hasta que la puerta nuevamente se abrió y entró por ella un doctor, que más que doctor parecía una estrella de cine, me le quedé viendo algo descaradamente y cuando me di cuenta me sonrojé furiosamente, sintiendo que Edward se tensaba en su posición.
- A ver Isabella – dijo el doctor.
- Bella – corrigió Edward para mi asombro.
- Bien Bella – el doctor sonrió y se acercó, fue cuando vi el extraño color dorado de sus ojos y caí en cuenta que era el padre de Edward, por su extremado parecido –, veamos como te encuentras – miró mi historia, luego pasó las manos, las cuales tenía heladas, por detrás de mi cabeza y palpó algunos lugares –. Por lo visto todo está bien, solo tienes una pequeña contusión por el golpe en la cabeza, tal vez sientas un poco de mareos y confusión – me entregó una caja de pastillas –. Si te duele, tómate una.
- Tuve suerte de que Edward se encontrara tan cerca para salvarme – dije mirándolo directamente a sus atragantes ojos.
- Si, tuviste suerte – contesto el doctor sonriendo –. Veamos como vas tu, Taylor – se puso a revisar a mi compañero.
Me levanté poco a poco, sin embargo me mareé perdiendo un poco el equilibrio, por suerte el Dr. Cullen estaba allí y me sostuvo.
- Con cuidado Bella – me dijo dulcemente.
Le respondí un suave “Gracias”. Me estabilizó y salió de la habitación, me acerqué a Edward.
- Necesito hablar contigo – dije en un susurro.
El asintió y se me señaló la puerta en señal para que saliéramos del cuarto.
Llegamos a un pasillo y me detuve, él se giró y me miró serio.
- ¿Qué quieres? – me preguntó bruscamente.
- ¿Cómo lo hiciste? ¿Cómo llegaste tan rápido a mi lado? – el me miro tenso
- Estaba a tu lado Bella, estaba junto a ti, en tu auto – yo negué con la cabeza –. Si lo estaba Bella, estas confundida, te pegaste muy fuerte en la cabeza, deberías ir a descansar – eso me llenó de rabia.
- Se lo que vi, Edward – le dije susurrando pero con rabia.
- ¿Y que se supone que viste, Bella? – me dijo en el mismo tono.
- Tu estabas en tu auto, al otro lado del estacionamiento, no estabas a mi lado, no estabas – le dije tercamente –. Y detuviste la camioneta con tus manos.
- Eso es imposible, nadie te va a creer – me le quedé mirando fijamente -. No te vas a quedar tranquila, ¿verdad?
- No, quiero saber la verdad.
- Pues espero que disfrutes de tu decepción – me dijo y dio media vuelta y se fue
Ese día debí haber muerto y me hubiese ahorrado tanto sufrimiento, aunque por otro lado no puedo quejarme de los hermosos momentos que pasé a su lado. Luego de eso poco a poco fui descubriendo lo que era, sabía que no era humano, algo especial había en el. Su piel blanca, sus manos frías, el extraño color de sus ojos, su forma de hablar y de expresarse, su hermosura casi celestial.
Pasamos muchos momentos hermosos, aun recuerdo la primera noche que soñé con el, fue justamente el día del accidente. Por algo extrañamente no podía sacarlo de mi cabeza. Me dolió cuando después de eso el se distanció aun mas de mi, no me hablaba, no se me acercaba, solo se dedicaba a mirarme de lejos, sin saber que por dentro yo me moría por sentirlo cerca, por perderme de nuevo en sus ojos, por hipnotizarme con su sonrisa.
Ya no aguanto más, tanto sufrimiento y desolación no es posible que una sola persona lo sienta. ¿Qué me hiciste Edward Cullen para dejarme tan devastada como estoy?. ¿Qué pecado cometí para enamorarme del ser más perfecto y que de un día para otro se haya esfumado como una linda alucinación? ¿Este es mi castigo por entrar en la vida de seres sobrenaturales? No me arrepiento, juro que no, y estoy dispuesta a soportar esto y más tan solo porque él regresara a mi lado.
Sin pensarlo más abrí la puerta de la camioneta, que había estacionado al borde del bosque cuando los sollozos comenzaron a hacer temblar mi cuerpo y las lágrimas me nublaron por completo la vista y eché a correr bosque adentro, sin saber a donde iba, ya no sentía las piernas y me dejé caer de rodillas, respirando aceleradamente. Inmediatamente me di cuenta donde estaba y hubiese sido mejor quedarme en la camioneta que haber llegado a este claro, el cual solamente hacía reforzar mis recuerdos.
Ese día Edward me había dicho que me iba a llevar a un lugar especial, lo estaba esperando ansiosa en la cocina luego de desayunar una barra de cereal. Hacía nada que el había salido de mi habitación por mi ventana, ya llevaba varios días que se quedaba conmigo todas las noches, velándome mi sueño y tarareándome una hermosa melodía hasta que me dormía. El sonido del timbre me hizo saltar y salir corriendo hacia la puerta y al abrirla sonreí a mi Dios griego particular, quien al verme soltó una risita.
- ¿Qué? – pregunte entre divertida y asustada.
- Nada, es que vamos combinados – me dijo señalándome y luego señalándose.
Me reí al ver que estabamos vestidos similarmente, con jeans gastados, camisa blanca y sweater color arena claro. Obviamente el parecía un anuncio de ropa de marca en una revista y yo, pues, una simple mortal. Me tomó de la mano y me guió hacia su auto, me abrió la puerta para que entrara y caminó elegantemente rodeando el auto hasta su sitio. Arrancó y enlazó nuestras manos, colocándolas en la palanca de las velocidades, me sentía tan completa con ese simple gesto. Al poco rato llegamos al final de un sendero y detuvo el auto, nos bajamos.
- Ya casi llegamos, pero temo que tenemos que hacer lo que falta de camino a pie.
- Edward Cullen ¿tu pretendes que yo camine no se cuantos kilómetros por un bosque donde no hay sendero? ¿Tú quieres matarme? – pregunté algo alterada.
El se rió
- Tonta Bella – me dijo acercándose peligrosamente – ¿Cómo crees que voy a querer que te hagas daño?, daría mi vida por protegerte o es que no te has dado cuenta de lo importante que eres para mi – su cercanía y sus palabras habían hecho que dejara de respirar, levantó su mano y me acarició la mejilla.
– Respira Bella – dijo divertido y yo cerré los ojos y deje escapar el aire que había contenido –. Vamos, yo me voy a asegurar que llegues sana y salva – me tendió la mano, la cual tomé, sintiendo el normal corrientazo que llegaba hasta lo más profundo de mi ser.
Caminamos aproximadamente unas dos horas, gracias a mi lento y humano andar, cuando divisé ante mi un hermoso claro el cual estaba cubierto de flores silvestres amarillas y violeta, era un perfecto circulo, como si el resto de la vegetación hubiera sido arrancada y estaba bordeado por enormes árboles. El sol llegaba perfectamente e iluminaba todo el claro. Sonriendo corrí hacia el centro y me puse a dar vueltas con los ojos cerrados y los brazos extendidos. De repente me sentí sola, abrí los ojos y empecé a buscar a Edward hasta que lo vi recostado de un árbol, sonriendo y viendo en mi dirección. Le sonreí y le hice señas para que viniera hasta donde estaba. Respiró profundo, así no lo necesitara, y empezó a caminar hacia mi. Cuando los rayos del sol le dieron en el cuerpo pude jurar que era la cosa más hermosa que había visto en la vida. Su cuerpo brillaba como si tuviera miles y miles de diamantes en él, era un espectáculo, un hermoso, alucinante e hipnotizante espectáculo.
Cuando se acercó más pude observar que llevaba su camisa abierta, me quedé sin aliento. Lentamente subí mi mano y rocé mis dedos en su pecho. El se estremeció y en seguida me tomó de la muñeca y retiró mi mano. Lo vi asustada y él simplemente se aparto un poco.
- Lo siento, Bella – me dijo en un susurro –, por favor no me ayudes a perder mi autocontrol de esa manera – dijo casi suplicando.
- Disculpa – dije bajando la mirada.
- No, tu no tienes la culpa de lo tentadora que resultas para mi Bella, tentadora en todos los sentidos.
Mi corazón se aceleró considerablemente y el me acarició la mejilla nuevamente.
Lloré con todas las fuerzas que tenía, liberando mi dolor, un dolor que nada ni nadie había podido sanar. Ni siquiera Jacob con su contaguiante humor y sus constantes intentos de hacerme olvidar, pero sin proponérselo me lo recordaba cada día más, ya que no podía dejar pasar el hecho de que las criaturas míticas y mágicas existían.
Hoy único que lamento es haberme creído todas las palabras que me dijo, haberme perdido miles y miles de veces en sus miradas, en sus caricias, en sus besos, en sus mentiras. Y, hasta cierto modo es comprensible, siempre me pregunté cómo una criatura tan hermosa, tan perfecta, podía amar a una simple, aburrida y tonta mortal como yo. El lo tenía todo y yo, simplemente era yo, la simple Isabella Swan. Y allí tenia la respuesta, no me amaba y nunca lo hizo, lo dejó bien claro ese día, unos cuantos días después de mi decimoctavo cumpleaños, en el bosque junto a la casa de Charlie.
Y allí estaba yo, tratando de buscar un poco de calor y compañía en Jacob, sin querer haciéndolo sufrir también, mintiéndole y mintiéndome, aunque él tenía bien claro que no podía sentir por el mas que una profunda y familiar amistad, sin embargo el estaba allí levantándome cuando más caía, cuando mis sueños y esperanzas caían como caen las hojas en otoño, escurriéndose como el agua entre las manos.
Y aquí sigo yo, extrañando cada día igual a Edward Cullen, sabiendo que el haberme guiado por sus palabras y el haberme perdido en sus miradas fue mi triste perdición.
“Guiarme por sus palabras
fue mi triste perdición
perderme en sus miradas
me hizo recordar que no soy nada”
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